La joven que mira al fuego
la rubicundez de la piel estremecida
algo como un pájaro que sube
que anida en los pliegues de la madrugada
Niña del eterno ímpetu de las horas
rocío virginal que humedece llagas
tu distancia se forjó en las colinas últimas
¡tú que meciste la arena sobre los poros!
Nunca en tu salvaje sumisión
jamás podrás socorrer tu entrega
ni vestigios de la perlada sonrisa
ni anaqueles donde adornar el crimen
¡nada queda en tu salvaje sumisión!
Pero la boca hermana de la tristeza
la comedia que deambula en las heridas
todo eso resbala sobre el témpano sangrado
se desata en un vendaval de fulgores
Y el ave lucífuga corrompe un sueño
que creía muerto entre los cielos
y danza en su fastuosa eternidad
que no es más que un nido desolado